Antes, ahora y después

La fotografía social ha notado una constante evolución gracias a la democratización de su uso y el abaratamiento de los medios

Fotografía en la escuela en el año 1966 (archivo familiar)

A día de hoy, no entenderíamos la vida sin una cámara de fotos, sin retratar nuestros eventos especiales, sin inmortalizar la boda de nuestro mejor amigo, los primeros pasos de nuestros niños o cualquier momento que consideramos que no merece ser olvidado (dejamos constancia, incluso, de aquellos lugares a los que viajamos haciéndonos la típica foto al lado del monumento). La incorporación de cámaras fotográficas y miles de aplicaciones a los teléfonos móviles, junto a otras tantas cámaras de juguete que convierten su uso en algo sencillo y divertido, nos han convertido en personas que además de fotografiar aquello importante o especial, también retratamos nuestro día a día y todo aquello que consideramos que merece ser mostrado al mundo mediante redes sociales, páginas para exhibición de fotografías, etc, y que van desde lo que vamos a comer, con quién estamos en un determinado momento o qué llevamos puesto. Sin embargo, si nos paramos ante la caja de zapatos donde guarda sus fotografías nuestra abuela, el álbum familiar de nuestra madre o nuestro propio archivo, comprobamos que algo ha cambiado: no sólo las modas, también los usos de la fotografía y del modo de entender la labor del fotógrafo, junto al hecho de que cualquier persona hace fotografías y ha convertido su uso en algo más social que nunca.


Si nos sentamos a charlar con nuestros abuelos sobre la fotografía, probablemente serán capaces de relatar qué día era en cada una de sus fotos, qué ropa llevaban, quién era el fotógrafo o de dónde venía, y esto le suceda también a muchos de nuestros padres. El cariño con el que se guardan estas imágenes, como pequeños tesoros impresos en trozos de papel que almacenan en cajas o en álbumes familiares, es algo que con el uso de la fotografía digital y la democratización de su uso, en cierto modo se ha ido perdiendo. Para la mayoría de nuestros abuelos era impensable hacerse fotos diariamente por los costes que suponían las tomas, sin embargo, a día de hoy realizamos fotografías en cualquier momento, algo que se ha visto fuertemente potenciado por las miles de aplicaciones de fotografía que se pueden emplear en los teléfonos móviles y que también han favorecido a esta imagen difusa de lo que es y no es fotografía en sí.

Históricamente, si nos transportamos a los primeros usos de la fotografía social, la situación económica era determinante. Juan Guerrero, fotógrafo que ha trabajado en diversas publicaciones nacionales e internacionales, recuerda a algunos fotógrafos como Nadar, aquellos que se dedicaban de modo profesional a esta disciplina, y señala también a otro sector que podía permitirse tener una afición tan cara (algunos como Carrol, Margaret Cameron o Talbot). Cada época ha entendido el hecho de fotografiar de modo diferente, por lo que hemos pasado de la preparación de la fotografía pictórica (que requería mucho tiempo y larga preparación) hasta la fotografía instantánea, que según Guerrero “goza hoy en día de la mayor significación literal que nunca ha tenido, y esto no es solo causa del abaratamiento de las tomas fotográficas, sino también del papel de la imagen en el mundo actual”. Pepe Cuervo (profesor de Historia de la fotografía en la Escuela de Arte de Murcia), por su parte, le da importancia al hecho de que la multiplicación de las posibilidades está marcada por una sociedad capitalista triunfante en el Siglo XX, algo que sigue siendo significativo, ya que son aquellos medios con los que contamos los que nos permiten alcanzar unos niveles diferentes de expresión mediante la fotografía. Asimismo ejemplifica diciendo que “seguro que muchos de los habitantes de Perú, por ejemplo, apenas tienen hoy en día esta gran posibilidad de fijar el instante con la fotografía”.

Esta democratización de la foto, según el fotógrafo Christian Carrillo, “la convierte en el arte del pueblo, en la que cuenta con mayor posibilidad de acceso y más demanda. Pero esto, junto a la idea de que cada hijo de vecino es “fotógrafo social”, ha convertido la fotografía en algo tan fácil que, para aquel que no esté muy inmiscuido en el mundo de la fotografía profesional, hace que carezca de total importancia e incluso esfuerzo artístico y logístico”. Pero esta importancia de la imagen en la actualidad provoca, según J. Guerrero, que “no ser capaz de tomar una imagen suponga ser analfabeto y perderse una parte esencial de la comunicación”. A pesar de esto, ambos señalan que el valor simbólico de la imagen sigue vigente, ya que “la relación referente-imagen está igual de patente (de lo contrario no serían fotos), y ese es el auténtico valor simbólico que nos subyuga ante las fotografías”, afirma Guerrero.

Fotografía de los 50 (izq.) y los 90 (dcha), de archivo familiar

Es por ello que Mara Mira, crítica cultural, señala como algo positivo esta facilidad con la que se puede acceder a la fotografía, ya que “todo el mundo tiene derecho a crear sus imágenes”, y hace alusión a algo que suele llamar “la imagen del poder”, que referencia a ese momento en el que “solo los ricos podían pagar los cuadros, pero ahora la fotografía está al alcance de todos y todos tienen derecho a construir sus propios recuerdos”. Sin embargo, también se muestra reacia a un uso inconsciente de ella y cree que falta educación visual en general, un tipo de preparación que nos haga cuestionarnos el modo de tomar fotografías y que no el mero hecho de ser hecha con una cámara réflex o de poder realizar un buen retoque digital nos empujen a pensar que nos encontramos ante “buenas fotografías”. Es decir, promover un espíritu crítico que ante tal cantidad de imágenes está algo mermado. El hecho de que “desde un punto de vista artístico cualquiera crea que puede hacer una foto bonita, sin la necesidad de comprender la logística necesaria para crear una buena fotografía” junto a “la posibilidad de crear un número ilimitado de fotos sin que ello nos suponga un coste adicional, hace que la fotografía no se valore”, según Carillo. Es por ello que J. Guerrero cree que a día de hoy “el fotógrafo ha de ser complejo, intelectual y profundo, para poder destacar lo suficiente como para que crean que hace algo que el resto de los mortales no hace tan bien”.

Y si nos referimos a la expansión de su uso, desde su democratización en aquel glorioso instante en el que Eastman lanzó al mercado la cámara Brownie y convirtió el hecho de fotografiar en algo al alcance de cualquiera (por tanto, sumamente social) hasta el momento actual, fuertemente marcado por el uso de lo digital, ha promovido un nuevo modo de crear imágenes que Guerrero señala parecer, en algunos casos “como la comida rápida: quita el hambre pero alimenta más bien poco”. Por ejemplo, la aplicación Instagram acumula al día 1,3 millones de imágenes de miles de usuarios por todo el mundo, sin embargo, ¿qué tipo de valor le dan a estas imágenes sus consumidores? ¿Son un reflejo de una sociedad de consumo que vacía de ese “querer inmortalizar” algo especial da paso a un reflejo de aquello a lo que queremos parecernos o pertenecer? ¿Tiene realmente un valor fotográfico o es más bien una imagen creada sin ningún tipo de valor de esta clase, pero que sirve para mostrar nuestra posición social?

J. Cuervo señala que “es una mera cuestión de acceso a una herramienta, lo que nos permite intentar ser únicos y a la vez miembros de la manada. No es una cuestión de moda, sino de recursos y valores sociales y morales”. Y es que a día de hoy, que incluso existen concursos (y exhibiciones) de fotografías realizadas con el móvil y que el modo de informarnos ha cambiado también en referencia a esto (las miles de imágenes que han facilitado la tarea de conocer manifestaciones o conflictos actuales gracias al hecho de que cualquiera pueda hacer una foto y subirla a la red, pese a no saber medir la luz o encuadrar), en comparación a aquella época en la que el valor de la fotografía era la que se impregnaba en ese trozo de papel sensible ha variado tanto que, según señala C. Carrillo, ha generado que “la existencia de una única copia de una fotografía, algo que la convertía en algo único y valioso que se quería proteger, hasta una o mil copias en un disco duro, favorezca a que esa exclusividad e importancia se pierdan, y con ello la verdadera esencia de la fotografía”. Y pese a la convivencia de sus diferentes usos y formatos (analógico, digital, provenientes de aplicaciones…), señala Carillo que esta democratización de la fotografía digital es, en cierto modo, “una lacra para que la sociedad pueda comprender mejor la fotografía en sí”. A pesar de ello, reconoce el valor de este tipo de plataformas y señala que, gracias a ellas, “se rompe con esa idea de fotografías en serie que da la foto digital, ya que este tipo de imágenes suelen ser (aunque no en todos los casos) la captación de un momento repentino que sucede ante nosotros, lo cual me parece sumamente divertido”.

Sin embargo, nos enfrentamos a algo desconocido como usuarios: cómo ordenar el archivo, cómo conseguir dotarle de la misma importancia que caracterizaba a la copia en papel, que tenía los límites en factores como el número de fotografías que te permitía un carrete o el número de páginas de un álbum. Así lo señala Mara Mira, que considera que “aún no estamos acostumbrados a tal cantidad de imágenes, ya que no sabemos clasificar estos gigas y gigas de fotos y que favorecerá a que mucha gente pierda su archivo”.

Y ante esta facilidad en su acceso, que se traduce en muchos casos en la comodidad que supone disparar relegándole al posterior procesado la corrección de las imperfecciones, aspectos que se relacionan con la técnica o que dejan al azar la belleza de una fotografía (y con la esencia en sí de la foto), se plantean los fotógrafos su papel en todo esto. J. Guerrero señala que “ya no es necesario dominar la alquimia, con que no cortes los pies la gente ya te llaman fotógrafo, el resto lo hacen las cámaras en modo TV”.

El retrato era algo muy puntual, sin embargo en la actualidad tenemos a mano realizarlos todos los días

Está claro que la fotografía, hoy en día, es algo que tenemos tan asimilado que en muchos casos absorbemos como lo normal. Todos hacemos fotografías, pese a no tener conocimientos sobre ella (ya sean técnicos o artísticos), incluso los hay que el mero hecho de tener una cámara consideran que se han convertido en fotógrafos (como si tener una máquina de escribir nos convirtiese en escritores). Los impactos e importancia de la inmediatez de la fotografía, incluso su consumo lúdico, son nuevas funciones a las que nos iremos adaptando (y cada vez más rápido), algo que comprobamos al echar la vista atrás y observar que los usos de antes y los de ahora han cambiado a una velocidad que casi marea. Esperemos, pues, que para lo que venga después se incluya una educación en la que, este poder del arte de retratar almas, quede patente.

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